Kon-Tiki fue el nombre de la balsa que el noruego Thor Heyerdahl y su equipo de investigación construyeron para realizar una increíble y peligrosa expedición a lo largo del Pacífico. Heyerdahl quería probar que las corrientes marítimas permitieron a los peruanos colonizar La Polinesia, arrastrándolos por el océano en balsas de madera. Para demostrar su teoría construyó una balsa con los mismos materiales de antaño y se lanzó a la mar. Lo que en principio era una arriesgada locura acabó convirtiéndose en una auténtica hazaña, pues después de casi 100 días a la deriva, el grupo de hombres llegó a su destino.
Estoy seguro de que a muchos de ustedes les ha pasado que, cuando leen sobre algo que les llama la atención, poco después empiezan a escucharlo en todas partes. A mí me pasó esto mismo con Kon-Tiki. Leyendo el libro ¿Qué es el cine? de André Bazin descubrí la historia de Thor Heyerdahl y su equipo de investigación (valga mi ignorancia, si después de casi dos décadas de vida no conocía esta increíble hazaña). Empecé a investigar y a buscar información sobre el documental que surgió de las imágenes que rodaron en 1947 los miembros de la expedición, aquellas que, como bien decía Bazin, tenían más fuerza que una película por ser reales y no un montaje. Y al día siguiente, no dos ni tres semanas después, sino que al día siguiente, vi anunciado el cartel de Kon-Tiki en próximos estrenos. Curioso.
Como muchos de ustedes ya sabrán, Kon-Tiki fue la candidata para representar a Noruega en los Oscar el año pasado. Es cierto que cualquier cosa que se hubiese presentado aquel año difícilmente podría haber superado a la favorita de la noche, Amor de Haneke, pero la intención es lo que cuenta. No cabe duda de que mis expectativas eran bastante altas y, como no tiendo a ver los tráilers de los estrenos (mala experiencia después de La cara oculta), no sabía con qué me iba a encontrar. Y fue una decepción.
Kon-Tiki comienza con los intentos de Heyerdahl (interpretado por Pål Sverre Valheim Hagen, el doble noruego de Armie Hammer), por conseguir apoyo mediático para demostrar su teoría sobre la colonización de La Polinesia. Todo esto después de una introducción de diez minutos sobre el miedo patológico de Heyerdahl al agua (algo que no se desarrolla nunca más a lo largo de la película). El personaje, un joven idealista que quiere comerse el mundo, es un cliché del género de aventuras; los directores tampoco se esfuerzan por hacerlo especial destacando otras cualidades.
No tardan en aparecer los dichosos e innecesarios flashbacks donde Thor salva a su esposa después de haber sido herida hace diez años. ¿Alguien puede explicarme a qué vino eso? ¿Qué importancia tiene en la historia? De hecho, toda la historia de su familia podría omitirse, centrando por tanto toda la atención en el apartado técnico de la expedición. Independientemente de si estas secuencias del pasado son necesarias o no, Kon-Tiki tampoco destaca por innovar en el apartado narrativo. Los primeros cuarenta minutos de metraje dejan claro que en la silla del director se sienta un prototipo Baz Luhrmann; muy vistoso y enérgico por fuera pero muerto por dentro. El buen trabajo del apartado artístico se ve eclipsado por un montaje impreciso, excesivamente fugaz, y unos planos condenadamente cerrados. Los diálogos no aportan nada que no sea para dar continuidad a la historia; están por estar, para que el espectador entienda de qué va la cosa, pero no constribuyen a crear un punto de vista propio.
Otro factor que me cabrea bastante es que muchas películas “menores” intentan crecerse con la banda sonora. Es eso que se creen algunos directores de que poniendo música “épica” sus películas van a ser más grandes. La ya cansina “colosalización” cinematográfica impuesta por la industria hollywoodiense en el siglo XXI sigue haciendo mella en algunos realizadores occidentales. Este es un claro ejemplo.
Una vez comienza la expedición, después de casi cuarenta minutos de metraje, hay otro bajón importante, y es que los directores no establecen vínculos entre los personajes. Lo que podría ser un hermoso y cautivador viaje por el Pacífico se acaba convirtiendo en una sucesión de planos demasiado cerrados, seguidos de un montaje fugaz, como ya he mencionado, y sin diálogos interesantes, igual que al principio. Lo que La vida de Pi consigue a cada minuto de metraje; ese enamoramiento del mar, de la soledad, del peligro constante, Kon-Tiki no llega ni a rozarlo en casi dos horas de película. Tiene imágenes muy potentes, que incluso podrían catalogarse de "poéticas" (la secuencia de los tiburones, por ejemplo, es lo mejor de toda la película) pero no sabe aprovechar una historia que, se coja por donde se coja, es impresionante. Es mejor hacer una mala historia original que estropear una gran historia real.
Bazin diría de Kon-Tiki lo mismo que dijo sobre Scott of the Antartic: una película/documental que intenta emular una increíble historia real, por el hecho de ser ficitcia y además ya existir un testimonio cinematográfico de ella (el documental Kon-Tiki de 1950), es innecesaria.