Brigitte Bardot, la protagonista de la historia
Porque el cine es, ante todo, lenguaje, debe de reivindicarse todavía con más fuerza la figura de Jean-Luc Godard. André Bazin, uno de los teóricos fundamentales de la historia del cine, defendía la necesidad de los planos largos para obtener de un film su verdad. Godard pertenece a esa clase de directores que buscan, ante todo, investigar el medio en el que se mueven. Experimentar, desarrollar. No solo de acto, sino de palabra. Es como un eterno niño que necesita conocer, que ansía aprender lo que el mundo le ofrece, para poder después darlo a conocer a los demás. De aquí y de allá recoge y luego expone. Esto le ha granjeado precisamente cierta fama de teórico vacuo. Godard deslumbra al espectador con aquello que le pone delante. El problema es que nada más tocar un asunto, enseguida corre tras otro, dejando al anterior suspendido, insinuado. Es como recorrer distintas partes de una enciclopedia universal deteniendo el dedo en diferentes páginas casi al azar. Sus obras resultan puzzles complejos que configuran una mirada personal y creadora. Para un escritor, siempre es temible el momento en el que, tras pergeñar unas frases, detiene su corriente de pensamiento para encaminarla en otra dirección, preguntándose: '¿Estaré siendo demasiado abstracto y habré errado en mi intención de enseñar, de educar, de descubrir cosas nuevas en el lector?' Godard da por supuesto un sinfín de cosas en el espectador, dando por supuesto que quien se enfrenta a sus cintas lo hace con un amplio recorrido cultural a sus espaldas.
Godard, como digo, experimenta en la forma y en el fondo con sus trabajos. Dentro de este contexto, podemos situar a otros autores como Antonioni, por ejemplo. Puede ser que en muchos casos estos experimentos vivan su momento de esplendor pero no posean continuación y acaben quedando anticuados e incluso incomprensibles. Viendo 'El desprecio' uno presencia una frescura latente todavía. Impresiona su color –azul-rojo-amarillo- y simplicidad escenográfica (todo resulta muy teatral). Los escenarios grandilocuentes, homéricos, de la Naturaleza (un paisaje de Capri), contrastan con los momentos íntimos en casas asépticas, con dos personas una junto a otra conversando sobre aparentes banalidades.
Michel Piccoli bajando las escaleras del techo de la villa de Capri
'El desprecio' nos habla de ese momento bisagra en las relaciones personales de pareja en el que todo está a punto de cambiar, y ni sus protagonistas son capaces de advertirlo claramente'
Una banda sonora desbordante, obra de Delerue (el compositor favorito de los de la “nueva ola”), parece superar con su grandiosidad a la sencillez de los asuntos tratados en el film. ¿Sencillez? Quizá la cosa esté en que tal sencillez no existe, que es una apariencia, y que lo que bulle en el trasfondo de las historias es mucho más de lo que creemos. Uno de los primeros existencialistas (antes de que se acuñase tal término para designar una corriente literaria) fue Moravia. El título del film hace alusión a una de sus novelas de la que parte esta película. 'El desprecio' nos habla de ese momento bisagra en las relaciones personales de pareja en el que todo está a punto de cambiar, y ni sus protagonistas son capaces de advertirlo claramente. Un desamor, todo muy abstracto como para poder describirlo, es proclive a situaciones de deriva, en las que el curso imparable de las cosas continúa avanzando a pesar de que las personas que lo viven no comprenden o no quieren comprender.
El personaje interpretado por Piccoli, es un escritor que ansía ser dramaturgo pero que la necesidad económica le obliga a convertirse en guionista. Un productor americano le ofrece escribir una adaptación de 'La Odisea' para que la dirija Fritz Lang. Picoli vive con Bardot, una mecanógrafa que abandonó su oficio para vivir con él. Ahora, parece que, como Ulises, Piccoli se encuentra en un viaje en el que su Penélope puede volver a él o abandonarle, mientras le espera, ajena a su periplo. Según el personaje de Piccoli, Ulises se ha cansado de Penélope y ha pretextado un viaje con el fin de apartarse de ella durante un tiempo. Él confía en la fidelidad de ella y permite que otros hombres la pretendan. Pero, con lo que no cuenta Ulises, es que Penélope quizá se haya también cansado.
Fritz Lang en un fotograma de 'El desprecio'
Fritz Lang no está de acuerdo en hacer la película que quiere el productor, y le torea. Sus años de prestigio y su experiencia personal en asuntos comerciales le han hecho perro viejo y se lo puede permitir. Lang pudo representar para los cineastas jóvenes todo un ejemplo de supervivencia. Tras huir de Goebbels y del nazismo en general, reemprende su carrera en el extranjero, como ese pez fuera del agua que ansía respirar aún sin sus branquias. Su epopeya resulta también digna de mención. El desafío de Lang es quizá el desafío de Godard. Por los ojos languianos transitan una serie de imágenes que el director alemán nunca habría realizado. Su mirada limpia, oteando nuevos horizontes cinematográficos, es la misma que la de esa voz en off capaz no solo de narrar una película sino de narrar incluso los propios títulos de crédito, como vemos al principio. Mientras van saliendo de la boca del 'creador omnipotente' nombres de actores, de operadores, y otras personas involucradas en el rodaje, vemos en imagen cómo se rueda una de las escenas del film.
'La película se encuentra repleta de sugerencias que siguen inquietando a quien la ve, provocando cierta reflexión no solo sobre las imágenes sino sobre los sonidos'
Esa especie de dios profano que es Godard, es capaz de jugar incluso con la banda sonora del film. Y cuando hablo de 'banda sonora', no solo me refiero a la música, sino también al sonido ambiental. Uno y otro son interrumpidos y reanudados al antojo del montador, estableciendo un juego bien interesante (y que podemos ver en otros filmes de Godard como 'Una mujer es una mujer').
'El desprecio' se encuentra repleta de sugerencias que siguen inquietando a quien la ve, provocando cierta reflexión no solo sobre las imágenes sino sobre los sonidos. Tanto Ulises mirando a su regreso la tierra que dejó, como aquellas estatuas que, en sus miradas policromadas de vivo color aparentan observar a pesar de su frialdad, son vivos ejemplos de esa meditación que el cineasta deja al albur del espectador, esos espacios de descanso en los que se reconforta mientras trata de asimilar lo que acaba de dejar atrás (y lo que se prepara a recibir en un futuro).
_ Javier Mateo Hidalgo
Trailer del film: