Django (Jamie Foxx) se convierte en un hombre libre cuando el doctor King Schultz (Christoph Waltz), un excéntrico cazarrecompensas, compra su libertad. Schultz pretende utilizar a su nuevo compañero para dar con su próximo objetivo, los despiadados hermanos Brittle, que torturaron y enviaron a la mujer de Django, Broomhilda (Kerry Washington), a un campo de esclavos. Este nexo común dará pie a una estrecha relación de amistad entre los dos hombres, que siguen el mismo camino. Así pues, mientras uno da caza a las personas que arruinaron su vida y busca por todos los medios dar con el paradero de su esposa, otro cobra por los cadáveres. Cuando finalmente descubren que Broomhilda se encuentra recluida en una de las más famosas y crueles plantaciones del condado, Candyland, deberán hacer frente a su malvado propietario, Calvin Candie (Leonardo DiCaprio), para recuperarla.
Quentin Tarantino sorprendió al mundo hace veintiún años al dirigir una de las mejores óperas primas de la historia del cine, Reservoir Dogs. Tras su éxito incondicional, que provocó la reverencia de todos los festivales de cine y de algunas personalidades de renombre, caso de Clint Eastwood, reafirmó su talento con Pulp Fiction, que se convirtió en un clásico de culto instantáneo y le granjeó el Premio de la Academia al mejor guión. Con este brillante despegue, y continuando los años inmediatamente posteriores dirigiendo capítulos para series de televisión (Urgencias: Motherhood) y segmentos de películas que aunaban en la dirección a directores de cierto renombre (Four Rooms: The Man From Hollywood, donde conoció a Robert Rodríguez, que jugaría un papel importante en su carrera - véase Abierto Hasta el Amanecer, Sin City y la sesión Grindhouse), Tarantino se convirtió en uno de los directores más importantes del cine moderno. Sus ingeniosos guiones, su violencia extrema y su tendencia al fetichismo se convirtieron en el sello distintivo de este joven director, y todo el mundo esperaba ansioso su próximo trabajo.

Django, interpretado por Jamie Foxx, entabla conversación con el antiguo Django, protagonista de la película de Sergio Corbucci de 1966.
'Quentin ha creado una película que, lejos de ser una de sus obras maestras, pues ya no cuenta con el chispazo de sus veintinueve años, muestra una gran madurez y una capacidad autocrítica sorprendente'
A partir de ahí dirigió títulos de menor repercusión y muchísimo menos electrizantes que sus dos primeros trabajos, caso de Jackie Brown, que pasó muy desapercibida, o Kill Bill que, aunque cumplía para con el público de masas al regalarle una dosis de violencia absoluta y sangre a raudales, en mi opinión crítica, me resulta uno de sus peores trabajos. Después de estas tres 'mediocridades' (recuerdo que Kill Bill se divide en dos partes), volvió a ganarse todo mi interés y respeto al dirigir una de sus mejores películas, curiosamente considerada por el público una de las peores; Death Proof. En este título volvía a sus raíces: el estilo de los setenta, el fetichismo sin escrúpulos, la música revitalizada (como pasaba con Reservoir Dogs) y la violencia justificada. Tras este título, que formaba parte de la sesión doble de Grindhouse, que por supuesto también pasó desapercibida y donde incluso Robert Rodríguez llega a interesar con Planet Terror, dirige Malditos Bastardos, mucho mejor que esa elipsis cinematográfica que hay desde Pulp Fiction hasta Death Proof. Y, recientemente, estrena Django Unchained, su última película, que es lo que concierne ahora.
Django Unchained cuenta con una estructura muy parecida a Malditos Bastardos, pero un estilo visual mucho más trabajado y depurado. Tarantino es un amante de los clásicos del spaghetti western y afirmó en varias entrevistas que siempre quiso dirigir uno. Con los alicientes de Django (1966) de Corbucci, en la que basa ciertos puntos de la historia y de la que toma parte de su banda sonora, y el soberbio spaghetti de Leone (violencia a raudales, el protagonista de cara pétrea que acaba con seis enemigos a punta de revólver, Ennio Morricone), Tarantino estaba listo para coger todo, ponerlo en una batidora, incluirle su sello distintivo de realizador indomable, y tener una nueva película.

El título en cuestión se convirtió en uno de los más esperados del director de Knoxville. Las expectativas estaban por las nubes, los fanáticos del estilo Tarantiniano se comían las uñas y temblaban de los nervios. Llega el esperado día del estreno. Yo, como seguidor, aunque no como fanático consumado, acudo a la sesión de cine y me encuentro con algo muy triste. Devastador. Y esto no fue Django, no. Fue el público. Un público que ríe a carcajadas viendo una película que, aunque tenga algún que otro deje de humor negro en su diálogo, está muy lejos de ser una comedia. Un público que ríe de cosas que no tienen la menor gracia y que ni siquiera pretenden ser cómicas. Esto me lleva a la conclusión de que Tarantino se ha convertido en un espectáculo de puro entretenimiento, y todo lo que haga debe ser un exceso, y ese exceso un motivo de diversión. Si ahora dirigiese El Pianista estoy seguro de que más de uno se destornillaría cuando disparasen a alguien en la nuca. Es una pena porque Quentin ha creado una película que, lejos de ser una de sus obras maestras, pues ya no cuenta con el chispazo de sus veintinueve años, muestra una gran madurez y una capacidad autocrítica sorprendente.
'Django Unchained vive en los excesos. No pretende en ningún momento resultar verosímil, sino exagerada. Pero exagerada no como motivo cómico, sino como hermosa conmemoración a los spaghetti western a los que el director tiene tanto aprecio'
También hay que decir que Django Unchained vive en los excesos. No pretende en ningún momento resultar verosímil, sino exagerada. Pero exagerada no como motivo cómico, sino como hermosa conmemoración a los spaghetti western a los que el director tiene tanto aprecio. La música, con temas actualizados y algunos de los 60, es incluida en ciertas escenas para que Django resulte una obra atemporal, no para desconcertar el público. Por ejemplo, la tan aclamada secuencia del tiroteo, que contiene este aliciente musical y una exageración absoluta en lo que a sangre y violencia se refiere, es uno de los delirios de grandeza más potentes que ha tenido el director en sus últimos trabajos. Además, el punto estratégico en el que está situada, hace que liberemos todas las tensiones acumuladas a lo largo de la película. Aunque Django tenga muchos altibajos y una ausencia total de elipsis temporales, es un despligue de cine vigoroso y preciso, especialmente a partir de la mitad del metraje. Desgraciadamente el resultado se ve totalmente colapsado por la “re-venganza” de los últimos 25 minutos que pincha el globo y rebaja considerablemente la calidad final.

Rodaje de 'Django', con el peculiar traje del protagonista
Como ya he dicho, Django no es una de las mejores películas del realizador. Se echan de menos las largas escenas de extensos y magníficos diálogos de Reservoir Dogs, Pulp Fiction y algunos de Malditos Bastardos, así como los elementos “sorpresa” (no quiero desvelarlos porque son eso, sorpresa) característicos de casi todas sus películas. Sin embargo el reparto, a excepción de Jamie Foxx, es muy acertado. Christoph Waltz ya dejó boquiabierto a todo el mundo al interpretar al coronel Hans Landa en Malditos Bastardos, lo que le granjeó un Oscar al mejor actor secundario, y ahora ha vuelto a ser nominado por su interpretación en Django. DiCaprio, como siempre electrizante y sobresaliente, se lleva toda la atención del espectador, estatus que comparte con Samuel L. Jackson, otro de los grandes. Breves cameos de Franco Nero (el verdadero Django, protagonista de la película de Sergio Corbucci, que intercambia unas palabras con este hombre de color que le ha robado el nombre), Jonah Hill y el misterioso personaje de la bella Zoë Bell (la mujer enmascarada que aparece varias veces), además de un montaje sobresaliente, completan una obra que, aunque lejos de ser maestra, sí es notable.
_David Reszka –